Con su sonrisa y su saber estar, siempre por bandera, nos daba lecciones a cada paso, sin saberlo y sin pretenderlo. El tío Boro, como le llamaban sus amigos, siempre encontraba algo que hacer, algo por lo que seguir adelante, aunque sólo fuera hacerse 70 km en coche para comerse un bocata y volver a casa. Si eso le hacía feliz, él lo hacía. Y si algo te hacía feliz a ti, te ayudaba a conseguirlo. Porque no sólo sabía vivir sino que también sabía enseñarte a vivir. Quizá fuera su nombre, "Salvador", lo que le confirió esa extraña cualidad para, precisamente, salvarte de la apatía. Con él, no existía el aburrimiento porque nada era tedioso.
Ahora, solo espero poder estar a la altura, y cumplir con mi aprendizaje. Ahora, aprendiendo a soñar se queda corto, porque tengo que seguir aprendiendo a vivir sin el mejor ejemplo. Un ejemplo que, espero, no se me olvide jamás.